miércoles, 31 de marzo de 2010

Así es

miércoles, 31 de marzo de 2010
Lunes Santo y toca madrugar. Así comienza la Semana Santa, pero no importa. Todo sea por llegar a Sevilla pronto. Horas muertas en una estación, compartiendo espera entre gente que no se conoce, y un plácido sueño de 45 minutos. Santa Justa ya me es demasiado familiar. Es lo que tiene transitar por aquí durante años: te haces amigo del lugar; las vías, los andenes, los controles de seguridad te son familiares, y te solidarizas con todos los que esperan allí sentados, como si perteneciérais a una misma religión. Pero ese día, al salir, nada más cruzar las puertas, lo que encontré era diferente.


Salí, y el viento me despeinó por completo, pero ese soplo de aire tenía algo especial... Olía a incienso. Era un olor suave, pero inconfundible. Supongo que será la forma que tiene Sevilla de dar la bienvenida durante esta semana. Ir y venir de gente, de maletas, y de miradas con miedo a la lluvia. El lunes, Sevilla era gris. Gris y Santa. Quizás por eso había tanto silencio.

Iba de camino a casa, cruzando un parque, y me pareció oír algo tan típico como una marcha de Semana Santa, resonar de cornetas y tambores. Intento afinar el oído (y la vista)...pero no hay nada. "Seguramente sea uno de esos tantos que escuchan música cofrade en sus coches..." Y entonces apareció.

Allí...tan dorado, tan elegante, tan sublime y tan majestuoso: la Hermandad del Polígono San Pablo, con su rey tan Herodes, sus soldados tan plumíferos, su sanedrita tan acusador, su Caifás tan conspirador y su Cautivo y Rescatado, aunque tan preso, encabezando el paso.La Fervorosa y Trinitaria Hermandad del Santísimo Sacramento y Cofradía de Nazarenos de Nuestro Padre Jesús Cautivo y Rescatado, Nuestra Señora del Rosario Doloroso, San Juan de Mata y San Ignacio de Loyola estaba pasando por delante de mí, por delante de mi casa, por delante de mi balcón, y yo no podía parar de sonreír.
Pero empezó a llover. Para entonces yo estaba ya en primera fila viendo el espectáculo, tan embelesada, que no sentí la humedad en la cara. El Cautivo apretó el paso y su banda siguió acompañando con la misma entrega, al igual que sus nazarenos y todos los que llenábamos las aceras. Y seguía lloviendo más y más. Y allí me quedé hasta que lo perdí de vista, en una esquina con mi maleta mientras las gotas me resbalaban por el pelo y la ropa. Pero hay momentos en los que el agua parece no mojar.

Aprovechando un corte entre los nazarenos, que más que alumbrar, a esas horas (14.00 h) andan al compás de su Señor, crucé la calle y corrí a mi balcón, un lugar privilegiado tengo que reconocer. Y desde allí sufrí al ver a la Virgen del Rosario parada en medio de cuatro esquinas bajo la lluvia. Llovía cada vez con más fuerza, y ahí estaban todos, impasibles ante el temporal y derrotados por dentro. Las túnicas se pegaban a los cuerpos, los nazarenos miraban al suelo y las gotas deshacían los pétalos que había sobre el palio, donde el agua corría varales abajo. Aún así, las únicas lágrimas visibles eran las de una Virgen que lloraba no por tener el manto mojado.

La banda se preparó para hacer sonar una marcha rápida que hizo correr el paso por Luis Montoto sin flaquear en ningún momento. Monumental chicotá. Pero ante la adversidad, encontraron su mayor apoyo. Los apalusos de todos los valientes que permanecían en la calle resonaban por encima de los tambores, y eso daba fuerza a unos costaleros que sufrían ahora por un motivo más. Todo el mundo rendía homenaje a una hermandad que demostraba tal entereza ante una situación tan lastimera. Y yo no pude hacer otra cosa que emocionarme.



Será que, a pesar de todo, Sevilla ya me toca adentro.


1 y yo digo...:

Junlus

Cómo que a pesar de todo?? tan malos somos??...5 años después, la semana santa de sevilla te abre sus puertas..todo lo que hay que hacer es abrir los ojos...muaaaaaaaaaaaaaay

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