miércoles, 14 de abril de 2010

Padam Padam

miércoles, 14 de abril de 2010 3
Prostitución, drogas, pobreza, accidentes, excesos, amor, alcohol, enfermedades…y una gran voz. Todo eso y más rodea a una de las francesas más conocidas y admiradas en todo el mundo, y que sufrió desde el primer al último día de su vida: Édith Giovanna Gassion. ¿Qué no sabéis quién es? La increíble voz que una vez cantó La vie en rose, Edith Piaf.

Acabo de ver “La Môme” (aunque casi nadie conoce por ese título la película biográfica que Olivier Dahan hizo sobre ella en 2007) en V.O. con subtítulos en español… Y reconozco que escuchar el sensual acento francés le da más encanto a la película, y si encima ese inconfundible canto bronco a la vez que dulce acompaña, es difícil escapar.

Confieso que poco o nada sabía yo de esta mujer. ¿Que era francesa? Sí… ¿Que era cantante? Sí… ¿Que triunfó pintando la vida de rosa? Sí… Pero no que tuvo una vida tan llena de éxito como de miseria, colmada de fracasos amorosos, de grandes vicios, de penosas enfermedades… quizás por eso quiso darle un toque rosado… Su vida es una montaña rusa en continuo descenso que no puede dejar -y estoy segura que no lo hará- indiferente a nadie. Es una de esas películas que merece la pena ver por varias razones:

1. Porque la vida de Edith Piaf es lo suficientemente interesante como para conocerla.
2. Porque la interpretación de Marion Cotillard como protagonista es simplemente excepcional, tanto que ganó un Oscar (y éste sí que era merecido). Fabulosa interpretación y caracterización (maquillaje también ganó un Oscar), ¿o me diréis que no viendo estas imágenes?




3. Porque su trayectoria la llevó a encontrarse con artistas de la talla de Marlene Dietrich, de quien se dice le regaló un diamante de un cuarto de kilo a Edith por una apasionada noche de amor…
4. Porque las últimas escenas sobre su relación con el boxeador Marcel Cerdan son estremecedoras (a él le dedicó su Hymne a l’amour)
5. Porque en palabras de ella, si alguna vez dejaba de cantar, lo único que le quedaría sería morir. El escenario lo era todo, como ella misma demuestra, y como G.Moustaky (compañero de Piaf) decía de ella: “Los focos la dibujaban mejor que cualquier pintor por genial que fuera”.
6. Porque sólo por oír esa voz ya lo vale.

Aquí os dejo una joyita. Es una canción que todo el mundo ha escuchado y que tiene mucho valor, primero porque fue una de sus últimas actuaciones antes de morir, y segundo, porque es el resumen de una vida, su vida, en la que Je ne regrette rien (No me arrepiento de nada).







"No! no me arrepiento de nada. Ni del bien que me han hecho, Ni del mal, Todo
eso me da igual! No! no me arrepiento de nada. Todo está pagado, barrido,
olvidado... Me importa un bledo el pasado! Con mis recuerdos, he encendido el
fuego. Mis penas, mis placeres… Ya no los necesito! Barrí todos los amores y
todos sus temblores, los barrí para siempre, vuelvo a empezar de cero. No! no me
arrepiento de nada. Porque mi vida, porque mis alegrías, hoy comienzan
contigo...
"

miércoles, 7 de abril de 2010

Raíces

miércoles, 7 de abril de 2010 1
Qué alegría que suene Rufus Wainwright. Qué alegría saber que quien suena es Rufus. Qué alegría ver danzar al aire con las cortinas, y qué alegría ver cómo el sol, como los niños, se entremete entre las piernas de los bailarines e ilumina a retazos el salón. Qué alegría ver cómo las copas, tan estilosas, vibran al sentirlo. Qué alegría bailar en el salón libre de miradas o visitas por sorpresa. Qué alegría enmudecer a Rufus y que se escuche el silencio.

Qué alegría que las hojas sean tan verdes, las margaritas tan violetas, los azulejos tan azules, las paredes tan blancas y el patio tan andaluz. Qué alegría subir y bajar unas escaleras que conducen a MI habitación...con MI cama, MI armario lleno de MI ropa, MIS cuadros, MIS libros, MIS fotos, MIS recuerdos...MÍO. Qué alegría llegar, quitarme las zapatillas en el cuarto de baño y dejarlas allí tiradas. Qué alegría encontrar cosas mías por cualquier parte de la casa. Qué alegría ir a la cocina y buscar por toda la nevera, los cajones y la despensa eso que me apetece pero no sé que es.

Qué alegría verme reflejada en los espejos y enmarcada en los cuadros. Qué alegría sentarme a la mesa a comer con mis padres y a cenar con mis amigas. Qué alegría ver reír lo mismo a mi abuelo que a mi prima de un año. Qué alegría volver a ver parte de la familia después de varios meses y comprobar que nada ha cambiado, excepto el cariño, que cada vez es mayor. Qué alegría conocer a la gente con la que me cruzo, aunque ellos no me conozcan.

Qué alegría estar en casa.

lunes, 5 de abril de 2010

Y así también es

lunes, 5 de abril de 2010 0
No quiero ni debo hablar de cosas que desconozco. Tampoco deberían pagar justos por pecadores (nunca mejor dicho...) Pero si algo está bien, lo está, y si algo está mal, lo está - no hay ni que decir que siempre hablo bajo mi punto de vista-.

La Semana Santa sevillana goza de una fama incuestionable, por su grandiosidad y por la forma de vivirla que tienen los autóctonos, tan fervorosa que se contagia. Y por eso mismo escribo esto, porque en una misma semana tuve la oportunidad de emocionarme y desilusionarme dentro de la misma fiesta. Fue el sábado, el gran Sábado Santo. Aguardaba en una esquina con unas amigas para ver pasar una de las cofradías más veneradas ese día, con nuestro dolor de pies y tiritando de vez en cuando.


Siempre creí que la costumbre consistía en que una fila de nazarenos flanqueara las imágenes del paso, una a cada lado, coinciendo con las aceras, haciendo barrera entre los que miran y los que ejecutan. Pero aquí, los penitentes iban en el centro, yo estaba en la acera, y todo el que quería pasar, pasaba por en medio. Claro, que con la cantidad de nazarenos que había...era normal que tuvieran que caminar por el centro, porque además de los propios penitentes, tenemos que contar los acompañantes: madres, padres, hermanos, amigos, parejas, gente que hace tiempo que no veían pero que allí se los encuentran... Era parcialmente entendible, puesto que la mayoría eran niños, pero...

¿Qué pasa con los nazarenos que se suben el antifaz o se quitan el capirote? ¿Los que comen y beben sin miramientos? ¿Los que salen de sus filas para preguntar "Cómo va er Sevilla"? ¿Los que desfilan mientras escuchan el partido? ¿Los que se acercan y preguntan "Tiene un sigarrito"? ¿Los que se ocupan de derramar la cera de su vela sobre los zapatos? ¿Los que se abrazan a los colegas mientras le juran que los quieren musho? ¿Los que apagan su vela una y otra, y otra, y otra vez...? ¿Los que tienen una persona al lado que se encarga de pornerle gominolas directamente en la boca y subirle los calcetines? ¿Los que se vuelven para hablar con el de atrás, y se paran, mientras la otra fila sigue avanzando? ¿Los que se reúnen para hacerse fotos de familia? ¿Los que empujan carros con velas nuevas y las varas de mando de los hermanos? ¿Dónde estaban los que componen la junta y que debían portar las varas?

Así no. Así no, cuando fueron los penitentes los verdaderos creadores de la Semana Santa, y no la Iglesia. Fueron ellos, los que por sus pecados fueron expulsados de la Iglesia, y debían mostrar su arrepentimiento para ser readmitidos. Eran pecadores confesos, y la penitencia debía ser pública, en la calle y a vista de todos. En el siglo IX, estos actos se fueron volviendo voluntarios, y la Iglesia asumió la penitencia como medio de purificación general, y los fieles siguieron con la práctica por pura devoción. DEVOCIÓN VOLUNTARIA.

Por tanto, las procesiones de Semana Santa eran (y son) inconfundibles porque eran, básicamente, actos de penitencia. Penitentes son todos los que hacen la procesión, nazarenos y, sobre todo, los costaleros, que cargan con el paso. Entiendo que las costumbres van desvirtuando con los años, pero habría que guardar un mínimo, la esencia, creencias aparte.


Yo estaba allí, parada en la acera y seria, contemplando el panorama. Recuerdo que alguien me preguntó: "¿Por qué estás tan seria?" Alguien tendría que mantener la compostura en aquel guirigay...
 
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